lunes, 18 de julio de 2011

Huída desde el Barroco hacia el Neoclásico





Después de atravesar incontables salas atestadas de espejos,oscuros pasadizos y habitaciones saturadas de relojes de cuerda y clepsidras de goteo irregular, candelabros de bronce enmohecidos, muñecas de porcelana de sonrisa diabólica, libros y mapas raídos, muebles extravagantes de peludas pezuñas que repiqueteaban las baldosas, clavicémbalos y violines cuyas cuerdas chillaban a nuestro paso , por fin salimos a la balahustrada exterior desde donde pudimos ver el mar. Nos lanzamos al agua sin pensar, tal era el terror acumulado a nuestras espaldas durante semanas en aquel laberinto. Nos vimos nadando entre enormes estáuas de piedra que emergían del agua y otros objetos flotantes no menos enigmáticos; la urgencia de encontrar algo a lo que agarrarnos y escapar de allí era tan poderosa que nuestra vista sencillamente era ciega a lo que no nos era útil. Por fortuna, vimos una barca cerca de la base del edificio desde el que habíamos saltado y una vez hubimos subido a ella los tres, empezamos a remar lejos de aquel lugar encantado, hacia el palacio neoclásico que divisábamos a lo lejos y cuyo intercolumnio regular y ordenado ejercía sobre nosotros un hipnótico sosiego.
Pero lo que no sabíamos es que tras esas columnas, en el interior de ese monumento dedicado a la Razón íbamos a encontrar espantos que nunca hubiéramos imaginado, ni aún teniendo reciente en nuestras cabezas lo que acabábamos de ver dentro del Templo de la Imaginación.

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